jueves, 20 de diciembre de 2012

Libros que ja, ja, ja

Viñeta de "El libro de los conejitos suicidas", de Andy Riley.

Es la época de hacer listas con villancicos de fondo cantados por niños muertos salidos del Averno. No me gustan las listas que resumen años, aunque sí me gustan los resúmenes de año. El caso es que, fiel a mi caos, voy a hacer una lista que no tiene nada que ver con el 2012 (o sí): una lista de libros con los que crujirse. 


¿Por qué? Pues porque ayer me sentí útil. Como persona y como librera eventual. Porque un chico buscaba un regalo que animase a su madre deprimida. Porque le vi preocupado, con ganas de verla reír y decidí que merecía todo mi tiempo. Estábamos en la sección de Autoayuda precisamente cuando vino a preguntar. Nunca recomendaría un libro de autoayuda. No porque tenga algo en contra de ellos. Que también. Vale.  Sí. Qué digo. Haría una pira con los libros de Paulo Coelho y Jorge Bucay y la rociaría de gasolina sin miramiento. Aparte de eso, regalar un libro cuyo título, diga lo que diga, siempre queda resumido a "sé feliz", es condicionar a esa persona, sentarla en su butaca de persona triste y recordarle que la vida es una mierda para ella y que lo sabemos.

Vayamos a lo sutil. Vayamos a los libros que, de ficción o no, y sin recurrir al chiste fácil, alegran. Porque si estás triste como si no, me apetece que te rías y quiero escuchar tus carcajadas desde dondequiera que estés. 

10. Fantasmas. Chuck Palahniuk.
Qué desagradable. Qué cabrón. Qué grande. Asco. Dolor imaginario. Risas. Por todo eso, insisto: qué grande. Digamos que es un libro difícil y que no deberías seguir mi recomendación si no puedes pasar de la risa al asco y del llanto a la carcajada de manera inmediata. Si no eres un poco bipolar, es probable que te quedes con el asco y con el dolor. No te gastes la pasta (aunque está en Debolsillo). 

9. Ochenta y seis cuentos. Quim Monzó.
El primer hombre del mundo balbuceando hasta decir: Països Catalans. No supo la que lió. Es la imagen que me queda de Ochenta y seis cuentos. Monzó siempre es una risa. Si todavía lo dudas, si no has leído nada de él: síguelo en Twitter y luego compra uno de sus libros de cuentos. Me quedo con éste porque los incluye todos hasta la fecha en la que se publicó (2001) y porque está en la colección Compactos de Anagrama. Barato, barato.

8. Ruleta rusa y otros cuentos. Pere Calders.
Calders es un acierto. Lo suelo recomendar a quien busca algo breve, divertido y demuestra criterio. Cada cuento de Calders es una carcajada. Situaciones absurdas, personajes surrealistas y entrañables desfilan por cualquiera de sus cuentos. Pero también hay crudeza, que no deja de ser humor:
Le dijeron al reo que tenía el derecho de una última voluntad, pero él contestó que pasaba, porque no se pondrían de acuerdo.
7.El libro de los conejitos suicidas. Andy Riley.
Viñetas. Humor negro. Muy negro. Una risa tras otra. Qué puedo decir yo que no diga el título. Viñeta tras viñeta, unos conejitos deprimidos sin motivo aparente tratan de suicidarse de las maneras más rebuscadas, imposibles y, lo siento: divertidas. Me lo regaló La vaca de Twister, por lo que puedes hacerte una idea de lo demencial de sus páginas. Tras algún intento de suicidio fallido, tenemos una segunda parte (El regreso de los conejitos suicidas).

6.Los diarios de Adán y Eva. Mark Twain.
Imaginad cómo veía Adán, que nunca había visto a otra mujer, a Eva. Cómo Eva veía a Adán. No os emocionéis. No es erótico. Y sí, hay mucho estereotipo de género en este libro. Absténganse ultra-feministas, ultra-católicos, ultra...Pero no nos olvidemos de la risa. No me extenderé con citas sobre este pedazo de libro. Ya le dediqué un post que puedes leer aquí. No cuento nada, sólo cito lo mejor.

5. No es un deporte de riesgo. Nigel Barley.
Es el desvarío más reciente del antropólogo inocente más divertido (Anagrama, 2012). En No es un deporte de riesgoBarley narra sus andanzas durante su trabajo de campo en un poblado indonesio. La historia no tiene mucha chicha hasta que decide volver a Londres con el hombre más anciano y más sabio de la tribu para que construya un molino de arroz en un museo etnográfico. Con las hazañas del indígena anciano en Londres, Barley vuelve a recordarnos nuestras limitaciones como occidentales. Como siempre. Con la chispa de siempre: 
Los ojos de todos se dirigieron a mí en silenciosa interrogación. Ahí estaba un exótico forastero, alguien que había visto las maravillas del mundo. A saber con qué saldría. 
-Una vez-dije-, encontré en África un hombre capaz de controlar la lluvia. 
-¡Bah! Eso también lo tenemos nosotros. -Parecían aburridos. 
-Una vez viví con gente que cortaba cabezas humanas y las coleccionaba. 
-¡Oh! Nosotros también solemos hacer eso. No tiene interés.
-Una vez fui a cazar leones nada más que con una lanza.  
-Supongo que será lo mismo que hacemos nosotros con el búfalo enano, que vive en el bosque, con la diferencia de que el búfalo es aún más peligroso. 
Ya se estaban acomodando de lado para dormir. Era el momento adecuado para lo más grandioso. Cogí la tarjeta de crédito que tenía en el bolsillo y la mostré.

4. Merienda de negros. Evelyn Waugh.
Déjate convencer por él mismo:
-Parece que, después de todo, las botas han sido del gusto de sus hombres, Connolly. 
-En efecto, han sido de su gusto. 
-Espero que todavía no habrá ninguna baja por cojera, ¿verdad?[...] 
-No, no hay ninguna baja por cojera. Pero sí una o dos por dolor de estómago. [...] Mis hombres se las comieron anoche.

3. ¡Noticia bomba! Evelyn Waugh.
Imagina que, por una confusión, por tener el mismo nombre que un famoso corresponsal, te envían a cubrir una guerra. La que liarías. Consejo: Lleva siempre clavos ardiendo encima. Por lo que pueda pasar.
-Los corresponsales en el extranjero tienen que seguir dos reglas valiosísimas: viajar con poco equipaje y estar siempre a punto. [...] Yo de usted me llevaría unos cuantos clavos ardiendo. Recuerdo que Hitchcock [...] recuerdo haberle oído decir que en África siempre enviaba sus crónicas agarrándose a un clavo ardiendo. 
2.El antropólogo inocente. Nigel Barley.
Ir por Barley es ir a lo seguro. Todavía recuerdo lo que me reí con El antropólogo inocente y sus escenas disparatadas: Barley y sus problemas con la lengua dowaya es de lo mejor de esta historia (que continúa en Una plaga de orugas). Barley brindando por el coño de la cerveza. Barley disculpándose ante el jefe de la tribu porque tenía que marcharse para acostarse con el herrero.

1. Soy un gato. Natsume Soseki.
¿Te ríes cuando ves el típico vídeo de Youtube en el que un gato hace alguna gilipollez sin motivo, como bailar, decir cabrón, etc.? Pues éste es tu libro. Imagina lo que piensa el gato de ti, ese humano de pacotilla que se revuelca por el suelo a carcajadas mientras el pobre animal trata de defenderse de algo que nunca debió comer y que su curiosidad le impidió dejar en la olla.  Imagina lo que piensa un gato japonés de tu deforme cara sin pelo:
Soy un gato, aunque todavía no tengo nombre. No sé dónde nací. Lo primero que recuerdo es que estaba en un lugar umbrío y húmedo, donde me pasaba el día maullando sin parar. Fue en ese oscuro lugar donde por primera vez tuve ocasión de poner mis ojos sobre un espécimen de la raza humana. [...] En primer lugar hablaré de su cara: por lo que yo sabía, las caras de todo bicho viviente suelen estar cubiertas de pelo. Sin embargo, la suya estaba lisa y pulida como la superficie de una tetera. He conocido a lo largo de mi vida a muchos gatos, de orígenes diferentes, pero ninguno tenía una deformidad como la de ese tipo.

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